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jueves, 21 de agosto de 2008

Libro: Breve historia de los que ya no estan de Kevin Brockmeier


Esta novela, curiosamente, se publicó antes en España que en EE.UU., país de origen del escritor. Brockmeier es un joven y sobresaliente cuentista que también ha incursionado en el terreno de la narrativa infantil. Como novelista, me temo, le queda aún bastante terreno por recorrer para adquirir el mismo dominio que demuestra en la distancia corta. Breve historia de los que ya no están es una novela de género fantástico desangelada, de esas que no dejan impronta alguna ni en la mente ni en el corazón; de esas que a su conclusión colocan en los labios del lector aquella expresión tan demoledora para el autor de la obra: "Pues vale, ¿y qué?".
La novela se centra en dos líneas argumentales. Laura Bird, protagonista de una de ellas, lleva tres semanas aislada con dos de sus colegas en una perdida región antártica. Los dos hombres parten en busca de ayuda, pero no regresan, y Laura decide salir a buscarlos. Paralelamente, la misteriosa ciudad que acoge a todos los muertos recordados por los vivos se está quedando vacía.
El viaje extraordinario de Laura por los hielos antárticos se inspira, tal como reconoce el autor, en las páginas de El peor viaje del mundo, la obra maestra de Apsley Cherry-Garrard. Y lo hace tan intensamente que uno no puede evitar la comparación, tras la cual, naturalmente, la descripción de Brockmeier sale apaleada. Tanto el personaje de Laura como, especialmente, los del diverso grupo que pulula por esa extraña ciudad en involuntario desalojo están pobremente construidos. Los habitantes de la urbe parecen haber escapado del guión de alguna producción cinematográfica desechada por Frank Cappra. Si el lector pone interés en llegar a la conclusión de la historia, reconocerá, si es habitual del género, que ésta deriva indecisa entre el elongado escapismo que cerraba la novela Tránsito, de Connie Willis, y la lisergia que apabullaba al espectador en el tramo final de la película 2001: una odisea espacial.
No todo es malo. Hay detalles graciosos, como la culpabilidad de la Coca Cola en el fin del mundo, e incluso algún diálogo tristón elaborado con cierto ingenio, pero no son más que islas en un océano de inanidad. Lo cierto es que la aburrida novela de Kevin Brockmeier persigue, sin llegar a contactar con la literatura new age, la estela de algunos escritores del buen rollo como Mitch Albom. El resultado es un fracasado ejercicio novelesco, escrito con evidentes intenciones metafóricas, cuya presunta profundidad no logra salvar el escollo de una trama carente de vida.

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